El doctor Redondo Quintana se aburría en el parque. Hacía tiempo para ir a cenar con unos amigos, pues no quería llegar a la casa del anfitrión antes de la hora citada. Recordó que en un rincón del predio funcionaba una feria de libros usados y antiguos, y se acercó. Una veintena de puestos de chapa pintados de verde se alineaban contra la medianera perimetral.